Ella cerró las puertas, corrió las cortinas y le sirvió el café. Le alcanzó su taza que luego rompería contra el suelo. Ya con las luces bajas y el calorcito en la panza se sentaron en el piso y se amaron.
Él cerró los ojos y disfrutó de ella, de su suavidad para amar y del salvajismo de sus palabras.
Ella abrió su alma, él cerró su boca.
Ella quería abrirle el pensamiento, aspirarle el sentimiento y él susurraba: “De a poco…”
Ella vió la muerte de cerca; le tuvo miedo; sintió un escalofrío en la nuca y cerró sus puños como desafiando a una pelea.
Ella pensó en un mañana, en que tal vez no haya un mañana y necesitó decirle esas palabras…
Él se sorprendió. Miró las ventanas, los puños de ella. Recorrió el piso con la mirada, ese piso donde había amado con suavidad.
Ella temblaba.
Él la tomó de las manos y le dijo: “Yo no…”
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